En el post anterior hablábamos de que uno de los primeros principios del ahorro a largo plazo viene determinado por el hecho de que cada vez vivimos más, o lo que es lo mismo, es posible que necesites que tu dinero dure más de lo que crees. Pero, ¿qué ocurre con nuestra liquidez? Te lo explicamos a continuación.
Las conchas marinas, las semillas de cacao, las piezas de ámbar, marfil o jade, las cuentas ornamentales, los clavos, la sal y el ganado vacuno tienen algo en común. Todos ellos sirvieron, en algún momento de la historia, como instrumento de intercambio y medio de pago.
Las primeras monedas que se conocen se acuñaron en Lidia, la actual Turquía. en el siglo VII A. de C. Estas piezas eran de electro aleación natural de oro y plata, ya que para todos los pueblos el oro era el metal más valioso seguido de la plata, patrón que se trasladó a la fabricación del dinero. Ya en el siglo IX d. C., durante la dinastía Tang, aparecieron los primeros bancos en los que la gente depositaba sus monedas y, a cambio, se le extendía un certificado por el importe depositado que servía como medio de pago. Así la gente no tenía que movilizarse con las pesadas piezas de plata.
Una reciente encuesta, realizada por J.P. Morgan Asset Management, bajo el título “Ahorrador a Inversor”, concluye que muchos ahorradores siguen pensando en el banco sólo para depositar sus ahorros. De hecho, este estudio que abarca a ahorradores e inversores europeos, desvela que únicamente tres de cada diez hombres, y solo una de cada cinco mujeres, invierten con regularidad.
Aunque la liquidez es esencial para los objetivos a corto plazo y las situaciones de emergencia que se presentan, lo cierto es que en el actual entorno económico el poder adquisitivo de nuestro dinero se ve, poco a poco, erosionado. Dicho de otro modo, no hay escudo contra la amenaza más silenciosa: la inflación.
En los últimos diez años, los ahorradores que han mantenido su dinero inmovilizado (cuentas o depósitos) han perdido dinero, en términos reales, casi todos los meses. Ante esta situación, los expertos lo tienen claro: para generar rentas y superar la inflación, los ahorradores tienen que pensar en asumir un mayor nivel de riesgo.
Los inversores deben asumir que pueden mejorar su perfil de rentabilidad-riesgo adoptando medidas muy sencillas: invertir a largo plazo, diversificar las inversiones y, por norma general, entender que el apoyo de un asesoramiento experto es fundamental en la gestión de sus ahorros.
La conclusión de todo ello es que a largo plazo, la liquidez ofrece peores resultados.
La liquidez que no se invierte obtiene una rentabilidad muy escasa en el largo plazo. Tanto es así que aquellos inversores que han depositado su liquidez en el banco han dejado pasar excelentes rentabilidades que ha proporcionado el ahorro a largo plazo.
Si decide invertir, póngase en contacto con su asesor financiero para que le ayude a construir la cartera de inversión más adecuada para conseguir sus objetivos financieros. Y tenga en cuenta que generalmente, invertir a largo plazo de una forma eficiente y diversificada a través de los fondos de inversión, suele ser la mejor decisión.
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