El olivar es un cultivo emblemático no solo en España, donde fue introducido en el s. I por los romanos, sino en todo el Mediterráneo.
España mantiene actualmente el liderazgo a nivel mundial en producción de aceite de oliva, con la repercusión social, económica y medioambiental que ello conlleva. Liderazgo conseguido por la puesta en producción de las más de 2,6 millones de hectáreas actuales donde en sus inicios era muy común el que se tratara de un cultivo secundario, complementario o residual a la actividad principal de las explotaciones.
Con el paso de los años se ha ido realizando un gran esfuerzo por parte de muchos agricultores y agricultoras españoles que han invertido en transformar sus explotaciones, con mayor intensidad desde principios del siglo XX, hacia el cultivo de olivar, apostando en un principio por un olivar poco intensivo y de secano en Andalucía, Castilla la Mancha, Extremadura y Cataluña que, posteriormente, ha evolucionado a un olivar mucho más intensivo y, en las zonas con posibilidad, de regadío.
En torno al olivar conviven diferentes subsectores como el del aceite de oliva, el de la aceituna de mesa y el orujo y refinería. La producción media de aceite de oliva que aporta España ronda los 1,3 millones de toneladas al año, lo que representa casi la mitad de la producida a nivel mundial y más de 4.000 millones de euros de volumen de negocio.
Aunque su consumo va creciendo lentamente año a año por su carácter más saludable, existe un gran potencial de negocio ya que el aceite de oliva apenas representa poco más de un 1% de todas las grasas vegetales consumidas en el mundo. Por lo que es fundamental su promoción, sobre todo, en países no productores donde su consumo suele ser inexistente.
Evolución y transformación del olivar
Probablemente el olivar sea el cultivo que mayor transformación ha experimentado a lo largo de los años, tanto con la aparición de nuevas variedades, como en el marco de plantación, en los métodos y mecanización de la recolección, en su procesado y embotellado o en la propia comercialización. Cambios que han venido auspiciados por la constante búsqueda de mejorar la cantidad y calidad de las aceitunas obtenidas, así como la rentabilidad de las explotaciones.
Quizás una de las innovaciones más revolucionarias ha sido el uso de nuevos marcos de plantación, donde, si la orografía del terreno lo permite y se puede aplicar riego al cultivo, la densidad de olivos por hectárea se puede incrementar enormemente y, además, mecanizar las labores en campo al cien por cien. Hablamos de lo que se denominan olivares modernos, como el superintensivo, que permite plantar hasta 3.000 árboles por hectárea, árboles que son de una dimensión reducida a la normal, y el olivar en seto con una densidad de unos 1.000 árboles por hectárea, separados por calles amplias. que permite la entrada de luz a todas las partes del árbol, menor inversión, menores costes de mantenimiento y el uso de maquinaria cabalgante.
El método de plantación más extendido es el llamado tradicional, que en España representa aproximadamente el 70% del total de las hectáreas de olivar existente con más de 1,8 millones de hectáreas. Este suele emplear hasta 120 olivos por hectárea con gran envergadura y principalmente de secano. En este tipo de olivares la mecanización es mínima, lo que repercute indudablemente en su rentabilidad y es el motivo principal por el que se está produciendo el abandono generalizado del mismo si no reúne las condiciones necesarias mínimas para su transformación en otro tipo de explotación más intensiva y mecanizable.
Existe un sistema de plantación intermedio entre el superintensivo y el tradicional: el intensivo, que emplea un marco de plantación que permite llegar a plantar hasta 600 olivos, que incrementan la producción de la explotación y acepta la mecanización de las labores en campo.
Situación del olivar en nuestro país
Pero la tendencia de los últimos años muestra en España una clara disminución de las hectáreas de olivar tradicional y un ligero ascenso de las de olivar moderno. Y a nivel mundial, un fuerte incremento de nuevas plantaciones modernas, sobre todo, de inversores internacionales desde 2015 por la coyuntura de precios existentes, concentradas en explotaciones de grandes extensiones y, en la mayoría de las ocasiones, en regadío.
Y no cabe ninguna duda de que las nuevas plantaciones son muy eficientes y sostenibles al emplear variedades más resistentes a las enfermedades, con menores necesidades hídricas y de productos fitosanitarios, que proporcionan un mayor rendimiento, con un inicio de entrada en producción más temprana y un largo etcétera que, además, implica mayor rentabilidad por hectárea. Pero no podemos olvidar que el olivar tradicional es el que implica mayor repercusión social al mantener mayor número de empleos, fijación de población en los territorios rurales y relevo generacional.
Por lo tanto, y ante la imposibilidad de transformación o modernización de la inmensa mayoría del olivar tradicional existente en España en otro tipo de sistema más rentable que lo salve de las perdidas en situaciones de precios bajos, sería necesario, por un lado, que las administraciones públicas amplíen su apoyo al olivar tradicional para evitar su desaparición y poder seguir siendo líderes mundiales en el sector, y por otro, que los olivareros tradicionales, ya que es difícil que puedan obtener mejoras en la reducción de costes, busquen alternativas que conlleven incrementos de ingresos permitiendo una diferenciación de su producción basada en la calidad, presentación, elaboración tradicional y difusión de sus características especiales.