El desperdicio alimentario es uno de los grandes desafíos globales de nuestro tiempo, y España no es una excepción. A pesar de los avances en conciencia y tecnología, cada año se tiran millones de toneladas de alimentos a la basura, lo que genera no solo pérdidas económicas, sino también graves repercusiones sociales y medioambientales. En este artículo, exploramos el impacto de este problema y qué se puede hacer para mitigarlo.
¿Qué es el desperdicio alimentario?
El desperdicio alimentario se refiere a todos aquellos alimentos que, siendo aptos para el consumo humano, se descartan en algún punto de la cadena de producción y consumo. Esto incluye tanto los alimentos que se pierden durante su producción o distribución, como aquellos que se tiran en los hogares y restaurantes por no haber sido consumidos a tiempo.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), alrededor de un tercio de la totalidad de los alimentos que se producen en el mundo se pierde o se desperdicia entre el productor y el consumidor. En la UE, cada año se pierden o desperdician alrededor de 87,6 millones de toneladas de alimentos.
Los últimos datos disponibles del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA) muestran que en 2024 los consumidores españoles han desperdiciado un total de 1.125,23 millones de kilogramos o litros de alimentos y bebidas.
La media semanal de desperdicio alimentario en este periodo fue de 21,64 millones de kilogramos o litros.
Así, desperdiciaron 24,38 kilos o litros por persona y año.
Ahora bien, estos mismos datos muestran que en ese periodo los españoles lograron evitar que 51,54 millones de kilos o litros de alimentos y bebidas se desperdiciaran; una cifra que evidencia la capacidad y la concienciación de los ciudadanos con esta tarea.
El pasado 29 de septiembre se celebró la sexta edición del Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, bajo la premisa de hacer un llamamiento a la acción del sector público y privado para reducir la pérdida y el desperdicio de alimentos para transformar los sistemas agroalimentarios y contribuir a la consecución de la Agenda 2030.
España ha acelerado en la lucha contra el desperdicio alimentario con una reducción del 19,6 % desde 2020 (hasta 2024) del volumen de alimentos y bebidas desperdiciados tanto fuera como dentro del hogar, aunque la cifra sigue elevada, con 1.125 millones de kilogramos o litros tirados en 2024.
A nivel empresarial, el impacto también es notable. Las industrias agroalimentarias y los distribuidores sufren pérdidas por productos que no llegan a venderse o que caducan antes de ser consumidos. Además, este desperdicio aumenta los costos logísticos y de almacenamiento, afectando a toda la cadena de valor.
Desperdicio alimentario e impacto ambiental
El desperdicio de alimentos es uno de los mayores contribuyentes al cambio climático. Cada vez que se tira un alimento, no solo se pierden los nutrientes que podría haber proporcionado, sino también todos los recursos utilizados para producirlo: agua, suelo, energía y mano de obra.
En España, al igual que en otros países productores de alimentos, se estima que el desperdicio alimentario está relacionado con el consumo de enormes cantidades de agua y la emisión de gases de efecto invernadero (dióxido de carbono, gas que se genera en la producción de alimentos, y metano, gas que liberan los alimentos en descomposición).
Si se redujera la cantidad de alimentos que se tiran, no solo se preservaría la biodiversidad y se reduciría la deforestación, sino que también se ayudaría a frenar el calentamiento global.
Impacto social del desperdicio alimentario
El aspecto más alarmante del desperdicio alimentario es su impacto social. En un mundo donde millones de personas sufren hambre, el hecho de que una gran cantidad de alimentos se tire a la basura resulta paradójico y trágico. Según la FAO, con la cantidad de alimentos que se desperdician en todo el mundo, se podría alimentar a 2.000 millones de personas.
En España, mientras muchos hogares malgastan alimentos, aún existen colectivos vulnerables que tienen dificultades para acceder a una alimentación adecuada. El desperdicio alimentario refleja, por tanto, una profunda desigualdad social. Afortunadamente, iniciativas como los bancos de alimentos y los programas de redistribución están tratando de hacer frente a esta problemática, aunque todavía queda mucho por hacer.
Soluciones para reducir el desperdicio de alimentos
El desperdicio alimentario es un problema complejo, pero hay muchas medidas que tanto los individuos como las empresas y los gobiernos pueden adoptar para reducirlo.
Reducir el desperdicio alimentario en el hogar
Los consumidores tienen un papel fundamental. Adoptar hábitos sencillos como planificar las compras, conservar adecuadamente los alimentos y aprovechar las sobras pueden marcar una gran diferencia. Algunas recomendaciones incluyen:
- Planificar las comidas para evitar comprar más de lo necesario.
- Almacenar correctamente los alimentos para prolongar su vida útil.
- Congelar productos que no se vayan a consumir inmediatamente.
- Utilizar apps que ya existen en el mercado y que ayudan a gestionar mejor los alimentos que están a punto de caducar.
Reducir el desperdicio alimentario en las empresas
Las empresas del sector alimentario también tienen un papel clave. Muchas ya están implementando soluciones innovadoras para reducir el desperdicio:
- Donaciones a bancos de alimentos y organizaciones benéficas de productos que no se vendan pero que aún son aptos para el consumo.
- Uso de tecnologías para optimizar la cadena de suministro, reduciendo el exceso de producción.
- Reutilización de alimentos: algunos establecimientos están transformando alimentos no vendidos en otros productos, como jugos o conservas.
Soluciones para prevenir el desperdicio de alimentos a nivel gubernamental
En España, a principios de 2024 se aprobó en Consejo de Ministros el proyecto de ley de Prevención de Pérdidas y Desperdicio Alimentario, que obliga a las empresas a tener planes para reducir el desperdicio y promover la redistribución de alimentos. Esta ley establece una jerarquía que sitúa en primer lugar el consumo humano, seguido por la transformación en otros productos o el uso como alimento animal. Además, se incentiva la venta de productos con fecha de caducidad próxima y se promueve el consumo de productos locales y de temporada. Esta ley tiene también un objetivo de sensibilización de la población en su compromiso con la reducción del despilfarro de alimentos.
Además, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas establece en su punto 12.3 la necesidad de reducir el desperdicio de alimentos por habitante a la mitad, así como la disminución de las pérdidas a lo largo de las cadenas de producción y suministro.
Educación y concienciación en la prevención del desperdicio de alimentos
La educación es un componente crucial para reducir el desperdicio alimentario a largo plazo. A través de campañas de sensibilización, tanto en escuelas como en medios de comunicación, se puede enseñar a las personas la importancia de aprovechar mejor los recursos alimentarios. El objetivo es crear una cultura de consumo responsable donde los alimentos sean valorados por su verdadero costo económico, social y ambiental.
Como hemos visto, el desperdicio alimentario es un problema que nos afecta a todos, no solo en términos económicos, sino también sociales y medioambientales. A pesar de los avances en la reducción de este problema, queda mucho por hacer para lograr un consumo más eficiente y sostenible.
Cada pequeño cambio en nuestros hábitos puede contribuir a una sociedad más justa y respetuosa con el medio ambiente.
Reducir el desperdicio alimentario es una responsabilidad compartida y cada acción cuenta para garantizar un futuro más sostenible para las próximas generaciones.