Joan Robinson (1903-1983) fue una gran defensora de la justicia social y siempre le acompañó en su camino el espíritu crítico y de análisis. El contacto con el subdesarrollo y la pobreza en la India, donde vivió durante tres años tras finalizar sus estudios de Economía en la Universidad de Cambridge, agudizaron su faceta más humana y luchadora así como su preocupación por las clases desfavorecidas. Cuando aún estaba soltera, su verdadero nombre era Joan Maurice. Murió a los 79 años y no llegó a recibir el Premio Nobel de Economía, pese a que no eran pocos quienes consideraban que este galardón hubiese significado un merecido colofón a toda su trayectoria.
Joan Violet Robinson nació en 1903 en Camberley, Inglaterra, y está considerada una de las economistas más importantes del siglo XX. Extraía de la teoría económica los conceptos necesarios para explicar la verdad, tratando de encontrar soluciones prácticas a problemas reales.
No tardó en destacarse como una de las alumnas más aventajadas del gran economista John Maynard Keynes. El padre de la macroeconomía la ensalzó al considerarla una de las integrantes más brillantes del selecto grupo en el que situó a los mejores economistas de Cambridge. A juicio de Keynes, Joan Robinson estaba a la altura de los hombres que formaban parte junto a ella del influyente Cambridge Circus (un grupo de la Universidad del mismo nombre caracterizado por el debate continuado sobre asuntos económicos). Entre los integrantes de este grupo, que incluía figuras como Piero Sraffa, Arthur C. Pigou, Richard Kahn o James Meade, se encontraba también Austin Robinson, su marido, de quien tomó el apellido con el que pasó a engrosar la historia en mayúsculas de la Economía moderna.
Esta economista se ganó, de inmediato, el respeto de sus compañeros de profesión cuando en los años 30 del siglo pasado publicó su celebrado volumen La economía de la competencia imperfecta. De hecho, tras la aparición de este libro cosechó los elogios de primeras figuras como John Kenneth Galbraith o Joseph A. Schumpeter, quien se rindió ante sus aportaciones asegurando que "Joan era uno de nuestros mejores hombres". En esta obra, Robinson afirma que la competencia es siempre imperfecta en los mercados y se tiende hacia el monopolio o el oligopolio, rompiendo con la división neoclásica de la Economía entre la competencia perfecta y el monopolio absoluto.
A lo largo de toda su carrera, la economista inglesa sobresalió por el carácter absolutamente innovador y revolucionario de sus postulados. Se definía a sí misma como “keynesiana de izquierdas” y no ocultó sus simpatías hacia el comunismo, e incluso insistió en la existencia de una relación directa y complementaria entre los legados teóricos de Keynes y de Marx. Es en Ensayo de economía marxista donde hace esta relevante correspondencia, no exenta de críticas.
Precisamente, en la célebre obra de Sylvia Nasar, La Gran Búsqueda, se hace mención de forma muy crítica a la defensa del marxismo de Robinson como arma eficaz contra las complicaciones de la economía del “laissez-faire”, tal y como se señala en la reseña de este libro publicada en la revista digital para la difusión del conocimiento económico eXtoikos.
Otra de las obras de mayor relumbrón de Robinson fue La acumulación de capital, que apareció cuando su carrera ya había alcanzado una madurez que resultaría definitiva y que confirmó su cercanía a una figura como la de Rosa Luxemburgo.
Una mujer valiente, inconformista y heterodoxa
Su compromiso social, su inconformismo y su tendencia a ir más allá de los dogmas establecidos, le granjearon alabanzas y críticas de tal modo que no pasaba desapercibida ni dejaba indiferentes entre sus coetáneos a los principales exponentes del pensamiento económico, un gremio con una incontestable mayoría masculina. Su inconfundible visión de la Economía le mereció, entre los círculos de la universidad británica de Cambridge, una etiqueta de heterodoxa que parte del magisterio y del influjo de los trabajos de Piero Sraffa.
A la hora de bucear por una biografía como la suya, totalmente condicionada por su vocacional estudio de la Economía, se encuentran testimonios que ilustran sin concesiones su espíritu y la contundencia de sus conocimientos: "Todos debemos saber economía, aunque sólo sea para no ser engañados por los economistas y, sobre todo, por quienes no lo son”, proclamó Joan Robinson con la valentía que le caracterizaba.
Con frases como esta, dejó clara su oposición a que el pensamiento económico fuese planteado como un coto vedado y una élite con postulados que solo estaban al alcance de unos pocos. Si algo abanderó Robinson con una actitud tan rompedora fue la necesidad de acercar planteamientos en apariencia herméticos, como los de la Economía, a todos los ciudadanos.