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Sandbox: un espacio seguro para la innovación financiera

Israel Rodríguez Ponce

Ingeniero Superior de Telecomunicación

Sobre mi

Ingeniero Superior de Telecomunicación por la Universidad de Sevilla y Executive Master of Business Administration (EMBA) por la Escuela de Negocios ESADE. Más de 10 años de experiencia en el mundo de la innovación ocupando puestos de gestión y venta (interna y externa) de proyectos de Transformación en grandes organizaciones, principalmente en los sectores de Banca y de Administraciones Públicas.

El Sandbox español será uno de los más completos a nivel mundial ya que podrán entrar tanto compañías reguladas como no reguladas

24 Mar 2020

6 Min de lectura

No hace mucho saltó la noticia. España aprobaba en febrero el Proyecto de Ley para la transformación digital del sistema financiero, cuya principal medida es la creación de un Sandbox. Así, nuestro país será de los primeros de Europa en hacerlo, pero ¿qué es y qué significa realmente eso del Sandbox? ¿Merece la pena ser de los primeros en tenerlo? ¿Es algo que afectará a mí día a día? Vamos a intentar aclarar estas cuestiones en las siguientes líneas.

 

¿Qué es el Sandbox?

 

El Sandbox será un espacio de pruebas controlado en el que se podrán probar nuevos servicios financieros innovadores con total seguridad y bajo la vigilancia de los supervisores (Banco de España, CNMV y Dirección General de Seguros y Fondos de Pensiones).  De esta manera, tanto la innovación tecnológica como la regulación que la supervise avanzarán de forma coordinada, garantizándose siempre la estabilidad financiera, la seguridad del consumidor y sin perjuicio de incorporar nuevas mejoras para los usuarios de estos servicios. El Sandbox español será uno de los más completos a nivel mundial ya que podrán entrar tanto compañías reguladas como no reguladas.

 

Para entender en toda su amplitud el porqué de la creación del Sandbox, creo que a muchos nos será de utilidad un poco de contexto histórico.

 

¿Cómo hemos llegado a necesitar un Sandbox?

 

El sector financiero nos toca en nuestro día a día en multitud de actividades cotidianas, y con algo tan importante como son nuestros ahorros y recursos económicos. El pago de la compra, de la factura de la luz, o del gimnasio al que muchos, como en mi caso, tenemos apadrinado, son sólo pequeños ejemplos de un sinfín de casos.

 

Durante los últimos 15 años, hasta el 2010 aproximadamente, el cómo realizábamos éstas acciones cotidianas fue evolucionado lentamente, en un proceso de innovación continua. La aparición masiva de cajeros automáticos nos facilitó el tener efectivo en cualquier momento o lugar, el uso de tarjetas de crédito/débito nos permitió pagar sin efectivo, la banca electrónica o por internet nos permitió conocer nuestras finanzas o contratar productos sin acudir a la oficina, etc. Este proceso, iba siempre liderado por las entidades financieras y de la mano del regulador, que con su supervisión garantizaba la estabilidad del sector y la protección del consumidor.

 

Todo parecía ir bien, a un ritmo de innovación en el que todos se sentían cómodos. Bueno, todos no, el cliente quería más y algunas pequeñas empresas tecnológicas se dieron cuenta de ello, las posteriormente llamadas fintechs.

 

El smartphone y las redes 3G democratizaron internet, lo llevaron al bolsillo de cualquiera y con una velocidad y potencia de cálculo que nadie sospechaba. De pronto, la tecnología permitía hacer con el móvil casi cualquier cosa y estas nuevas empresas se aprovecharon de ello. Elevaron el ritmo de las innovaciones financieras de forma exponencial e hicieron que todos (consumidores, sector financiero y regulador) se sorprendieran.

 

Aparecieron fintechs como Fintonic, que permite al consumidor ver en una única app la situación de todas tus cuentas, fueran del banco que fueran, o Lendix que ofrecía préstamos a empresas en sólo 48 horas gracias a la Inteligencia Artificial (para la medición del riesgo) y a los sistemas de Crowlending (para obtener la financiación). Pero los ejemplos de innovaciones financieras no pararon de crecer: Revolut comenzó a facilitar una tarjeta con la que pagar en cualquier moneda con el mejor cambio posible, o Transferwise permitió a las empresas intercambiar moneda con empresas de otros países… Teníamos un suma y sigue de empresas marcadamente tecnológicas que daban forma a un nuevo sector que acumulaba millones de usuarios, con sus datos y recursos financieros.

 

Era crucial regular la innovación financiera

 

Este nuevo sector creció a tal velocidad que empezó a ser evidente que se estaba convirtiendo en un sector financiero paralelo al actual, y que como tal, no tenía la misma supervisión que el tradicional.  El miedo apareció en la cara de muchos, todos sabíamos demasiado bien lo que un sector financiero completamente liberalizado podía acarrear a una sociedad, y de ése miedo surgieron tres posibles líneas de actuación:

 

1)      Hiperregular la innovación de las fintechs para que en la práctica se frenara su enorme capacidad de dinamización del sector financiero. Algunos defendían que las cosas volvieran a estar como estaban, pero, ¿cómo frenar que la innovación trajera nuevos servicios que el cliente valoraba? ¿cómo posicionarte en contra del progreso? Esta postura tuvo poco adeptos, tanto dentro como fuera del sector financiero.

 

2)      Regular la innovación de las fintechs a la velocidad a la que ya se regulaba la innovación del sector financiero.  Esta postura no impedía la innovación, pero si provocaba que hubiera momentos de “alegalidad”. Las fintechs iban mucho más deprisa que el regulador y por tanto asumíamos un gran riesgo al tener un periodo la incertidumbre en el que nadie garantizaba nada, ni para los usuarios ni para las empresas.

 

3)      Regular la innovación de las fintechs a su velocidad de trabajo. Esto es lo que realmente demandaba el sector pero que sólo unos pocos países (como UK) se atrevieron a realizar. Trabajar a esa velocidad a requería una verdadera transformación digital del sector, tanto de los bancos tradicionales como de los organismos gubernamentales reguladores. Una transformación que la sociedad ya había realizado y a la que los Bancos españoles ya nos habíamos sumado a la espera de que también lo hiciera el regulador.

 

Pues bien, con el Proyecto de Ley aprobado para la creación del Sandbox se da un paso hacia adelante y España se sitúa entre los países vanguardistas europeos que quieren transformarse digitalmente y poder regular a la velocidad que la realidad le marca.

 

Ser capaz de asegurar que, como ciudadanos, disfrutamos de los mejores y más innovadores servicios financieros pero con total seguridad y sin asumir riesgos que puedan derivar en problemas sistémicos, es un reto enorme. Pero con la construcción del Sandbox se demuestra que todas las partes implicadas (administración pública, supervisores y reguladores, empresa privada y usuarios) pueden unirse para afrontar el futuro de una forma coordinada, buscando el bien común y protegiendo a los consumidores, algo que en los días que corren, creo que es para estar más que orgullosos.

 

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