El inicio del nuevo año, 2019, ha coincidido con la conmemoración de una importante efeméride: se han cumplido 20 años del nacimiento del euro, de la moneda única europea. Si bien su puesta en circulación se demoró hasta el año 2002, desde el 1 de enero de 1999 el euro comenzó a ser una realidad económica tangible. Los 11 países que constituyeron la Unión Monetaria Europea en su arranque (Alemania, Austria, Bélgica, España, Finlandia, Francia, Holanda, Irlanda, Italia, Luxemburgo y Portugal) fijaron de manera irrevocable sus tipos de cambio respecto a la nueva moneda. Posteriormente se irían incorporando otros 8 países (Chipre, Eslovenia, Eslovaquia, Estonia, Grecia, Letonia, Lituania y Malta). Hoy son, pues, 19 los países miembros de la Unión Europea (UE) que pertenecen a la Unión Monetaria. Otros 6 podrían incorporarse a la Eurozona una vez que cumplan los criterios establecidos para el acceso a la misma. Dinamarca, Suecia y Reino Unido quedaron en su día, por decisión propia, fuera de la zona monetaria.
¿Qué balance puede hacerse de estos veinte años de existencia del euro?
Lo primero que habría que destacar es que, en términos de alcance y utilización, el euro constituye un proyecto de éxito, como queda refrendado a partir de los siguientes datos:
- Es utilizado por 340 millones de personas en 19 países de la UE, en tanto que, fuera de la Eurozona, otros 175 millones de personas viven en países y territorios (60 en total) cuyas monedas están directa o indirectamente ancladas al euro.
- La Eurozona representa un 12% del PIB mundial.
- Tres cuartas partes de los habitantes de la Eurozona están a favor del euro, lo que significa la cota más elevada desde 2004.
- El euro se ha convertido en la segunda divisa más importante del mundo, después del dólar estadounidense, representando un 36% de los pagos globales y un 20% de las reservas exteriores de los bancos centrales extranjeros, lo que es sinónimo de su consideración como depósito de valor seguro.
- En torno a un 38% de la población de la Eurozona no ha conocido otra moneda en su vida como adultos.
Particularmente rotundo ha sido el aval prestado por Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, quien ha llegado a afirmar, en un discurso pronunciado en la Universidad de Santa Ana de Pisa el 15 de diciembre de 2018, que la Unión Monetaria “fue una respuesta excepcional a un siglo que había conocido dictaduras, guerra y miseria”, y que “ha llegado a convertirse en un aspecto esencial y definitorio -con sus símbolos y sus restricciones- del proyecto político cuyo fin central es una Europa que permanezca unida en libertad, paz, democracia y prosperidad”.
Sin embargo, si la prevalencia de tales objetivos ha de estar ligada a la subsistencia del euro, no puede decirse, desafortunadamente, que su garantía pueda darse por hecho. Ya a comienzos de la presente década el euro hubo de afrontar una profunda crisis, sin que haya quedado inmunizado frente a eventuales nuevos episodios de convulsiones económicas y financieras.
El proceso de creación de la Unión Monetaria: principales etapas
Un breve repaso del proceso que condujo a la creación de la Unión Monetaria puede resultar conveniente para calibrar las claves de la encrucijada actual en la que está inmerso el proyecto de integración europea.
La propuesta de formar una unión monetaria en Europa se remonta al año 1969, y uno de sus propósitos era evitar las distorsiones a la competencia que provenían de las oscilaciones de los tipos de cambio. Sin embargo, el proyecto quedó aplazado, a la espera de que se avanzara en la integración de la economía real, mediante la creación de un mercado único de bienes y servicios. La formación de una unión monetaria emergió entonces con fuerza como un complemento natural.
Tres fueron las etapas previstas para la configuración de la Unión Económica y Monetaria (UEM):
- libertad de circulación de capitales;
- adopción de programas de convergencia económica y de medidas institucionales;
- fijación de manera irrevocable de las paridades de las monedas, ligada a la transferencia del poder monetario a una entidad común.
Las deficiencias institucionales de la UEM: un diseño inacabado
Desde antes de que el euro se hiciera una realidad, diversos economistas habían llamado la atención en el sentido de alertar de que la UE no reunía las condiciones para constituir una unión monetaria óptima, que requiere de una elevada movilidad geográfica del trabajo y de una capacidad presupuestaria para atajar los desequilibrios territoriales que surjan a lo largo del ciclo económico.
Tales carencias quedaron soslayadas en una fase inicial de bonanza económica, en la que los mercados interpretaron que no había prácticamente diferencias entre los riesgos de los títulos de deuda pública de los países de la Eurozona. Sin embargo, el desencadenamiento de la gran crisis financiera internacional de 2007-2008 puso de manifiesto las debilidades del sistema. Los países más afectados por la crisis se encontraban con el corsé de una unión monetaria (imposibilidad de recurrir a políticas nacionales monetaria y de tipos de cambios) sin que existieran mecanismos fiscales y presupuestarios supranacionales para hacer frente a la situación. Las primas de riesgo de los países más vulnerables no tardaron en dispararse.
La crisis reciente reveló tres principales fallos en el diseño de la Unión Monetaria: un deficiente marco de gobernanza económica, la ausencia de una unión bancaria y la inexistencia de instrumentos fiscales comunes para responder a situaciones recesivas. La dolorosa senda de la devaluación interna, apoyada en medidas de auxilio financiero externo, era la única vía disponible para tratar de recuperar la competitividad perdida.
Los retos para la convergencia nominal y la convergencia real
Las condiciones establecidas para el ingreso en la Unión Monetaria se basaron en la convergencia nominal (estabilidad de precios, sostenibilidad de las finanzas públicas, estabilidad cambiaria y convergencia de tipos de interés). Se partía de la premisa de que la estabilidad y la convergencia nominales servirían para favorecer la estabilidad y la convergencia reales. Veinte años después de la puesta en marcha del euro, nos encontramos con que los objetivos de sostenibilidad de las finanzas públicas y de convergencia de tipos han quedado desarbolados, evidenciándose notorias disparidades entre países. Por lo que respecta a la convergencia económica real, si bien los países procedentes del centro y del este de Europa que se han incorporado han acortado distancias en términos de renta per cápita, se han ampliado las divergencias en indicadores básicos entre los países “centrales” y los “periféricos”.
La respuesta a la incertidumbre: la necesidad de avanzar hacia una unión plena
La propia UE se encuentra ante una encrucijada, complicada por el Brexit. Aun cuando la ruptura del euro parece descartada del horizonte, tras una etapa en la que no se han escatimado, por el Banco Central Europeo, medidas de política monetaria para asegurar la estabilidad financiera, será difícil cosechar plenamente sus frutos sin progresar en las líneas recogidas en la Propuesta de los cinco Presidentes de las instituciones europeas, en la que se propugna avanzar en cuatro frentes (unión económica, unión financiera, unión presupuestaria y unión política) como medio para crear una vida mejor y más justa para todos los ciudadanos.
A este respecto, en una Comunicación de fecha 5 de diciembre de 2018 la Comisión Europea ha proclamado que “con el respaldo de la hoja de ruta para completar la Unión Económica y Monetaria Europea, hay margen para que el euro desarrolle adicionalmente su papel global, de manera que esté más acompasado con el peso político, económico y financiero del área euro”.
La sombra del “trilema” político fundamental de la economía mundial
Al valorar las opciones posibles, no podemos olvidar el “trilema” político fundamental de la economía mundial descrito por Rodrik. Tres son los grandes objetivos en el menú político y social: la globalización, la autodeterminación de los Estados nacionales y la democracia. Podemos dar prioridad a cualquiera de ellos, pero, una vez que lo hacemos, nos vemos obligados a elegir entre los otros dos.
Teniendo en cuenta que si hay un objetivo absolutamente irrenunciable, es el de la democracia, no parece que existan muchas dudas acerca de cuál debe ser la ruta a seguir. La respuesta radica ineludiblemente en una mayor integración, una “integración integral”.