Hay determinadas áreas del saber que no parecen admitir una aproximación amable o sencilla por parte de la ciudadanía en general. Ello puede obedecer a su objetiva complejidad, a motivos puramente infundados o incluso a la pérdida de prestigio como consecuencia de una presunta incapacidad para prevenir o resolver “problemas sociales”.
Esta rémora afecta mayormente a disciplinas con una clara vocación pública, como el Derecho o la Economía, pues nadie parece reprochar a los físicos, a los químicos o a los matemáticos, por ejemplo, la dificultad de aprehender conceptualmente la fuerza de la gravedad, la dureza del diamante o la complejidad de pi, respectivamente.
Este aparente e involuntario efecto repelente de las Ciencias Sociales termina afectando en último término, paradójicamente, a los propios ciudadanos, pues les impide tomar decisiones en el día a día, de propia mano, con el suficiente grado conocimiento e información, a la hora, por ejemplo, de firmar un contrato de arrendamiento, de compraventa o de préstamo, o comprender la lógica jurídica o económica que late en determinadas instituciones y resortes sociales, públicos y privados.
Centrándonos en la Economía, rechazamos que, como afirmó Thomas Carlyle, nos hallemos ante la “ciencia lúgubre”; más bien, al contrario, consideramos que el enfoque económico es atractivo y dinámico por definición, y ofrece más luces que sombras para entender la conducta humana, para favorecer la adecuada toma de decisiones, tanto desde la vertiente individual como desde la colectiva, y para entender el funcionamiento de nuestra sociedad.
Realmente, la Economía -y el modo de razonamiento que le es propio-, con su extensión al ámbito de las Finanzas, nos rodea por doquier de forma natural y casi imperceptible. Para identificar este conocimiento, entenderlo y aplicarlo en la práctica, no es necesario recurrir a fórmulas matemáticas o estadísticas, ni ser un experto economista o financiero.
Tenemos el ejemplo de la obra de Mihir Desai “The Wisdom of Finance (Discovering humanity in the world of risk and return)”, en la que el autor trata de explicar las Finanzas, de forma accesible y divertida, desde la literatura, la historia, la filosofía, la música, la religión y las películas de cine, sin una sola ecuación o gráfico, sino, simplemente, contando historias.
En esta línea, desde el punto de vista de la enseñanza de la Economía se ha señalado que hay que luchar por que el “alumnado sienta que los conceptos que intentamos transmitirles (como profesores) le son cercanos y concretos”, para lo que el cine, como hemos anticipado, puede ser muy útil.
Por lo tanto, paulatinamente se ha ido formando un consenso sobre el poder de la narrativa, de las historias contadas, leídas o visionadas, para enseñar Economía y Finanzas a los no especialistas y a los estudiantes.
Lo cierto es que la historia del cine, probablemente de forma no premeditada, está plagada de aproximaciones, más o menos directas, a este mundo: cuando la Economía y las Finanzas no capitalizan la trama principal de las películas, no son inhabituales las referencias aisladas, explícitas o no, a esta porción de la realidad.
Los años posteriores al inicio de la reciente crisis financiera y económica han sido particularmente prolíficos en este sentido, pues la industria cinematográfica ha captado la preocupación ciudadana por las altas finanzas y su impacto en la vida diaria (por supuesto, también la idoneidad para generar negocio).
Podemos citar, entre otras, las siguientes cintas cinematográficas: “Wall Street 2: el dinero nunca duerme” (2009), de Oliver Stone, “Margin Call” (2011), de J. C. Chandor, “El capital” (2012), de Costa-Gavras, “El lobo de Wall Street” (2013), de Martin Scorsese, o “La gran apuesta” (2015), de Adam McKay. Aunque no se trata propiamente de una película sino de un documental, merece ser citado junto a los anteriores títulos “Inside Job” (2010), de Charles Ferguson.
En una etapa anterior se incardinan, por ejemplo, “Wall Street” (1987), también de Oliver Stone, “Los lunes al sol” (2002), de Fernando León de Aranoa, o “La caja 507” (2002), de Enrique Urbizu.
De un perfil más histórico son “El mercader de Venecia” (2004), de Michael Radford, inspirada en la obra homónima de William Shakespeare, “Los Buddenbrooks” (2008), de Heinrich Breloer, basada en la novela de Thomas Mann, o “El banquero de la resistencia” (2018), de Joram Lürsen. Como se ve, la literatura y el cine también conforman conjuntamente un terreno propicio para el fomento del conocimiento de la Economía.
No podemos evitar cerrar este pequeño repaso cinematográfico con el recuerdo a una de las películas más celebérrimas y entrañables de las últimas décadas, con aroma navideño: “¡Qué bello es vivir!” (1946), de Frank Capra, protagonizada por James Stewart (George Bailey). En ella, Bailey dirige una pequeña entidad bancaria en Bedford Falls, que concede préstamos a personas que crecieron con aquel, lo que sirve para tipificar un modelo especializado en el conocimiento de un espacio territorial reducido y de sus habitantes, en el que unos depositaban sus ahorros y con ellos se otorgaban préstamos por el intermediario financiero. Como es generalmente sabido, el protagonista de la película y su negocio atravesaron momentos críticos ante la presión de un competidor de mucha mayor envergadura, de los que salieron, no sin esfuerzo, airosos.
En fin, el cine es un arte que nos permite disfrutar desde la comodidad del hogar o de la sala de proyección, pero también, debidamente orientado, aprender sobre Economía y Finanzas.